miércoles, 25 de junio de 2008

Un dulce marchitar

Tardes primaverales agitan mi corazón, una sensación me presiona el pecho como queriendo exprimir una sola gota de mi pensamiento pero, no luce más allá de mi mente, perece querer esconderse en la penumbra de respuestas entre hilos de voces que preguntan, que someten a interrogatorio tiroteando mi persona. Tiro a tiro taladrando mi ser de lagunas, estampándolo como si de un “collage” se tratase.

Nadie conoce respuesta alguna al enjambre que martillea mi mente, ojalá no me tuviera que hacer la peor de ellas, ojalá no tuviera que preguntarme por qué busco respuestas cuando seguramente no existan. Y sigo preguntándome... ¿por qué no hay respuestas? Preguntas rodean mi pensamiento cual jauría de lobos hambrientos, pupilas dilatadas me vigilan constantemente para aprovechar mi más mínimo error y echarse sobre mi devorando hasta el último resquicio de sombras halladas en mi, hasta el última interrogante de mi mente.

El tiempo pasa, las horas marchitan en mi reloj como rosas marchitan al paso del tiempo entre las hojas de un libro que intenta proteger sin éxito, ese marchitar teñido de rojo terciopelo convertido en negro azabache, ese marchitar que envejece junto a mí como si quisiera alentarme en mi camino a la nada.

Si un día encontrase respuesta, mi marchitar cambiaría de rumbo, recobraría ese rojo terciopelo al igual que la rosa que duerme entre las letras de mi libro, sus pétalos correrían escapando entre páginas de tono amarillento, su rojo sería rojo, su terciopelo, terciopelo. Brotarían el verde contraste de su ser convertido en hojas asomando esa digna felicidad que adormece en su interior, saludando la luz que la ve crecer desde un púlpito de cultura, desde un tomo de historias, desde una historia hecha realidad.

Si un día encontrase repuesta, brotaría en mí un brillo que iluminaría mi camino esta vez si, alentado por un renacer hacia la vida. Portaría en mi mano esa rosa terciopelo que salvó su marchitar junto al mío, protegidos ambos por letras escondidas en páginas que jamás dejaría marchitar, en letras que jamás dejaría borrar, en historias que jamás dejaría de recordar.

La vida es un libro gigante vacío de la negra tinta que vamos plasmando en blanco fondo a medida que se nos va marchitando el alma, en nosotros está que nuestro marchitar sea rojo terciopelo o se convierta en negro ruin azabache.